Mi marido, que sabe de mi creciente síndrome de Diógenes, me trajo un par de cajas viejas y bueno, ni que me hubiera regalado un diamante de Tiffany, hasta él se sorprendió de lo que me gustaron.
Estaban bastante empolvadas así que lo primero que hice fue darles un buen lavado con agua jabonosa y un chorro de lejía y las puse a secar al sol. Una vez secas empecé a dar vueltas imaginando en qué se podrían convertir. Y llegó la inspiración cuando Juan volvió de hacer deporte con un montón de ropa que no cabría en cualquier cesto y como la caja era grande pues ale, se convertiría en cesto para la ropa.
Luego quedó tan mona que casi estaba arrepentida de darle ese uso pero bueno aun tenía otra caja mas para intentar otras cosas.
Una primera capa de imprimación y otra de pintura de la que me sobró de pintar el banco le dieron un toque perfecto, además opté por no pintarla por completo para que se viera la madera vieja en algunos listones.
Añadí unos cartelitos para personalizarla: lavar, tender, secar, doblar y repetir. Cuantas veces hacemos esto? recordé el momento en que mis hijas descubrieron por sí mismas el proceso, no era magia no! la ropa no aparecía de pronto de nuevo impecable en sus cajones como caída del cielo.
Os animo a reciclar lo que sea! merece la pena dar un nuevo uso a las cosas viejas. Y ahora a lavar!